Solar Waltz
El vals siempre fue la danza de los astros. La rotación y la traslación.
El círculo infinito y constante, el ritmo en espiral repetitiva. La pausa perfectamente breve y el impulso preciso.
La rueda del año llega a su momento de pausa y yo no dejo de escuchar el vals. No puedo desprenderme de su latido omnipresente.
Veo las hojas teñidas de otoño descendiendo en su danza redonda, y en el suelo las veo elevarse en espirales de viento, y el vals empieza a impulsarme los pies. Un primer balanceo y luego el latido de la tierra sube por mi columna y así debo girar. Es inevitable. Girar con el viento.
A veces me voy al viñedo a reseguir con la punta de los pies los surcos entre las parras amarillas, y el vals me obliga a abrir los brazos al cielo y a retorcerme junto con los sarmientos.
Otras veces me adentro en el bosque, donde todo se hace pequeñito y frágil. Mi cuerpo empieza a hacerse trasparente y a avanzar de costado con el vaivén del vals. En el bosque, el cuerpo caminante hace crujir las hojas que alfombran el suelo, pero no el cuerpo que danza y gira entre las ramas: el vals conoce la forma y el paso, y es ligero. Sabe moverte en la delicadeza y el impulso de la tierra. Sabe elevarte con el viento. Sabe rotar tu torso al desplazarte. Así te baila, firme y suavemente. Como baila a los planetas y a sus lunasen sus giros eternos.
La rueda del año gira y hoy el vals se deja sentir en todo. Así tiene que ser: es el recuerdo del giro incesante de la tierra. En su pausa perfectamente breve, trae la promesa del renacer del sol.
https://open.spotify.com/track/16bqEo3yqJzmuA5DXLKSDm?si=Ucqy2Gq4SIu3V7y2ARnpRw
https://open.spotify.com/track/0yVq58uQ2Bp2OVADYlLHNk?si=XKBi8J7vSSiz9za1GYGJLw
El círculo infinito y constante, el ritmo en espiral repetitiva. La pausa perfectamente breve y el impulso preciso.
La rueda del año llega a su momento de pausa y yo no dejo de escuchar el vals. No puedo desprenderme de su latido omnipresente.
Veo las hojas teñidas de otoño descendiendo en su danza redonda, y en el suelo las veo elevarse en espirales de viento, y el vals empieza a impulsarme los pies. Un primer balanceo y luego el latido de la tierra sube por mi columna y así debo girar. Es inevitable. Girar con el viento.
A veces me voy al viñedo a reseguir con la punta de los pies los surcos entre las parras amarillas, y el vals me obliga a abrir los brazos al cielo y a retorcerme junto con los sarmientos.
Otras veces me adentro en el bosque, donde todo se hace pequeñito y frágil. Mi cuerpo empieza a hacerse trasparente y a avanzar de costado con el vaivén del vals. En el bosque, el cuerpo caminante hace crujir las hojas que alfombran el suelo, pero no el cuerpo que danza y gira entre las ramas: el vals conoce la forma y el paso, y es ligero. Sabe moverte en la delicadeza y el impulso de la tierra. Sabe elevarte con el viento. Sabe rotar tu torso al desplazarte. Así te baila, firme y suavemente. Como baila a los planetas y a sus lunasen sus giros eternos.
La rueda del año gira y hoy el vals se deja sentir en todo. Así tiene que ser: es el recuerdo del giro incesante de la tierra. En su pausa perfectamente breve, trae la promesa del renacer del sol.
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